Soltá esas achuras: hoy, quínoa

Seguro, Carlota, que andás pensando que esto de no comer carne no es muy bueno y estás buscando alguna excusa para abrazarte a una tira de asado y clavarte un par de choris [?]. Basta, Carlota, soltá esos embutidos y andá ya mismo a comprar un cuarto de quínoa en tu dietética enemiga.
La quínoa es una semilla procedente de Sudamérica. Dicen que los Incas la cultivaron, pero como no podemos saberlo por nuestros propios medios, vamos a dejarlo como un rumor nomás. Lo bueno de la quínoa es que contiene proteínas, hasta 50% mas que otros granos y la organización mundial de la salud considera que estas proteínas son tan completas como las de la leche. Además, es rica en hierro, potasio, riboflavina, varias de vitaminas del complejo B, magnesio, zinc y cobre.

Ahora me vas a venir que no sabés cómo cocinarla. Callate, Carlota, y leé. Básicamente, la cocinamos igual que el mijo, cosa que hemos visto por aquí.
Para hacer el plato que ves en la foto, sólo necesitás:

1/2 taza (tipo mug) de quínoa
cebolla de verdeo
1/2 tomate
morrón rojo
sal y pimienta
1 batata mediana

Pelás la batata, la cortás en rodajas finitas y la ponés en el horno hasta que esté crocante (para los que usan horno eléctrico: 25 minutos en 210 y se olvidan).
Cortás la cebolla de verdeo y la tirás en una sartén con una gotita de aceite de oliva. A eso, le agregás el tomate cortado en cubos, tiritas de morrón (y alguna otra verdura que se te ocurra, nada de panceta ni de chorizo colorado). Cocinás unos minutos y ahí nomás, le echás la media taza de quínoa (que previamente lavaste, no seas sucia, Carlota). Revolvés todo con fervor, le agregás 1 taza de agua y cocinás a fuego medio/ mínimo hasta que se consuma el agua. Igual, probala y si te parece que sigue dura, agregale un poco más de agua y dejá cocinando. Agregás sal y pimienta y a comer.